Impaciente
esperaba La Palma a su Reina Coronada. Bellamente engalanada: colgaduras,
banderolas y reposteros; arcos efímeros de papel y flores realzaban la belleza
de sus calles. La ciudad se vestía de fiesta, era la gran fiesta de La Palma,
porque era el gran día de su Virgen.
A
la hora prevista, el Sr. Obispo de Huelva, de manera excepcional, tocaba el
martillo del paso y Nuestra Madre del Valle era, por primera vez, elevada por
sus costaleros, Coronada. Con mimo y emoción avanzó por el pasillo central de
la Plaza de España, acunada por sus hombres de abajo al arrullo de las coplas
de Campanilleros. No podía haber mejor manera de comenzar su procesión
gloriosa, su paseo triunfal por la ciudad de la que es Señora y Madre. Tan
elevados eran los sentimientos del instante, que las emociones se contuvieron
hasta que estalló el delirio cuando al descender de la plaza la Banda de Música
de Nuestra Señora de las Nieves de Olivares entonó Valle, Coronada de Amor, y encadenó Coronada de Amores, las dos marchas dedicadas a Nuestra Patrona;
que la condujeron a las puertas del Ayuntamiento donde fue recibida por las
autoridades municipales en representación de toda la Ciudad.
Para
ese momento la comitiva ya había cubierto buena parte del recorrido oficial que
cruzando por la Plaza del Corazón de Jesús discurría por la arteria principal
de nuestra localidad, por una calle más Real que nunca, por la auténtica
Avenida de la Coronación. Abriendo marcha, de manera completamente
desinteresada, la Agrupación Musical de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que
estrenó antes de comenzar el recorrido y ante Nuestra Señora del Valle, la
marcha procesional que le habían compuesto para la ocasión: Reina del Valle Coronada. A la cruz de
guía seguían filas de devotas hermosamente ataviadas al estilo más
protocolariamente español, con peineta y mantilla negra. Las numerosísimas
representaciones de corporaciones locales, provinciales, regionales, e incluso,
extraregionales añadían una amplitud de matices coloristas a los que ya poseía
la exuberante decoración de la propia vía regia.
Al
llegar al punto la Virgen continuó su recorrido precedida de la cruz de guía,
presidencia de la Hermandad y los ciriales, pertiguero e incensario de respeto.
En olor de multitudes fue recibida y acompañada María Santísima del Valle
Coronada, por la Barriada de los Poetas Andaluces, por Alegría de la Huerta y
muy especialmente, más aun si ello era posible, en la calle que lleva su
nombre; al comienzo de la cual se incorporó al cortejo sustituyendo a la
anterior, la Banda de Cornetas y Tambores de la Expiración, de Huelva; que
igualmente de manera desinteresada fue abriendo marcha buena parte del resto
del recorrido.
Hermosísimo
y concurridísimo el transcurrir de la procesión por calles tan poco habituales
en los desfiles procesionales: Cabo Noval, San José, Barriada Virgen del Valle,
Ronda de los Legionarios. Después de ser recibida en la Iglesia de El Salvador
(Salesianos) entre cantos y vivas por la Archicofradía de María Auxiliadora;
los devotos que rodeaban el paso de Nuestra Señora se convirtieron en multitud
al final de la antigua Fuente Nueva, apoderándose de la amplísima acera y de la
extensa calzada; Blanca Paloma recordaba las aglomeraciones de la noche
agosteña hasta llegar a San Antonio donde las nubes comenzaron a acechar el
hasta entonces inmaculado cielo azul. Presagio que se hizo realidad en la
entrada de la Calle Cabo, donde las primeras gotas de lluvia anticiparon la
decisión de no completar el recorrido previsto. Entre una fortísima ovación y
una salva de vivas la Virgen dio media vuelta dejando una promesa de continuar
en el aire.
Más
que nunca en ese momento, por Príncipe de Asturias y por Juan Carlos I, La
Palma arropó a su Virgen, como queriéndola resguardar de la lluvia, y mientras
ésta más se arreciaba, más fuertes eran los vivas a Nuestra Señora del Valle
Coronada. Viendo la lluvia que tenía la batalla perdida decidió retirarse para
más tarde y permitió, incluso, que la tercera de las cuadrillas que tenía que
portar a Nuestra Patrona, la formada por costaleros ya retirados, pudiera
mecerla al menos unos metros.
La
entrada en la Plaza fue triunfal, el paso de la Señora navegó entre un mar de
devotos que había inundado las calles laterales, la plaza, el escenario, el
porche e incluso la Parroquia; todos querían estar presentes en los últimos instantes
de aquel día grandioso; solo había espacio para que el respiradero del paso se
abriera paso como proa del navío en el que navegaba la devoción de este pueblo,
la Niña, la Madre, la Reina Coronada de La Palma.
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